Llevaba semanas pensando en arrancarlas. Supuestamente florecen una vez al año y hacía más de catorce meses que no veía ningún indicio de rojo. Se habrán muerto por dentro, como todo, pensé en un día no muy amable. Digo y creo que el día no estaba siendo amable conmigo, pero era yo la que emitía insultos desde la cápsula hermética de mi coche. Pronuncié varias barbaridades respecto a otros conductores que iban lentos o no sabían muy bien qué camino era el que querían (o debían) tomar.
De pronto, un rumor alborotado. Lo contrario a lo que le sucedía al rey Midas, todo lo que toco se convierte en polvo. Era polvo, sí, salía de la parte trasera de un camión que se dedica a recoger escombros por las casas del vecindario para deshacerse de ellos en algún lugar lejano. Millones de partículas posándose sobre mis bromelias.
Hace tiempo que mi marido (digo marido, pero me gusta llamarlo mi esposo, jaja, mi captor) me comenta que estoy muy filosófica o deep en mis textos. Cada vez que me lo repite, lo miro con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. De algo que podría ser un halago, yo interpreto decepción. No le gusta lo que estoy escribiendo. Lo que pasa es que es a mí a la que no le gusta lo que estoy produciendo últimamente.
Me siento todos los días delante de varios documentos. Mantengo mi escritorio despejado, pero con todas las herramientas que suelo necesitar: bolígrafo de gel, bolígrafo de aceite, pluma, lápiz duro, lápiz blando, libreta con material exclusivo de la novela, libreta/diario donde apunto cosas que van desde el menú que quiero cocinar para una cena con amigos hasta un poema que me devuelve algo que no sabía que había extraviado, mi agenda, mis gafas, los dos o tres libros que me estoy leyendo, varios números del New Yorker y una cinta métrica (que uso para medir cosas en mi jardín).
Mira, ven acá, lo que me pasa es que estoy un poco lost, no deep.
Empecé a leerme un libro que tuve que dejar en la página 24 porque me hacía implosionar a little too much. Cogí otro. Llevo días sin tocarlo porque el autor está dedicando (por ahora) treinta páginas para explicarme que en la adolescencia tuvo un grupo de música con colegas y se dedicaban a tocar temas de The Police y Led Zeppelin. Tuve que ponerme a leer a una mujer buenísima que me cuenta historias de familias desestructuradas que me hacen sentir como en casa. Sus relatos se mueven entre el horror, la fantasía y la perversión. Tal y como veo yo la vida. Pero no es verdad. Yo la vida la veo con mucha risa. Por eso me tomo lo de que estoy deep como una ofensa.
No quiero estar deep. Quiero estar ligerita, como el polvo de los escombros. Es que no hay frase que se salve del doble filo. Todo tiene luz y sombra. Especialmente en un (mi) jardín. No sé cuánto durarán las flores de mis bromelias. Espero que unas cuantas semanas más. Las veo por lo que son, un fenómeno natural y extraordinario, pero también las miro como si fuesen un ancla. Por eso llevo meses estudiando paisajismo y diseño de exteriores. Porque as above so below, as within so without.
Si mis amigas me preguntan, lo que estoy estudiando es cómo maquillarme sin tocar ni una brocha, ni una base, ni un pintalabios. Mi trabajo aquí es como el de un ginecólogo que escribí en un relato cuando era adolescente: visitaba y trataba a sus pacientes telepáticamente. No voy a dar el coñazo con mi adolescencia durante treinta páginas, no os preocupéis.
Ay, no me libro de la extensión innecesaria aunque la critique. Este texto bien podría haber sido este poemita que escribí en mi libreta/diario, debajo de la lista de la compra de la semana pasada:
La idea de que exista una felicidad
me mantiene firme en el oficio de remar,
pero cómo me duelen los bracitos, mamá.