Me hago un lío tremendo cuando toca cortar. Me cuesta saber por dónde y, sobre todo, cuánto hay que amputar. A mi entender, es una práctica que requiere de un conocimiento profundo y años de experiencia para ser llevada a cabo correctamente. Los vídeos de YouTube que consulto compulsivamente aseguran que “cualquiera puede hacerlo.”
Después de mi paseo digital por diferentes blogs personales de jardinería, decido que la mejor manera de pasar el resto de la mañana, en lugar de sentarme a escribir, es deshacerme de cosas que no uso. Lo que en inglés llaman decluttering. Vierto en una bolsa negra de basura ítems que he ido acumulando en los últimos dos años. Aceites esenciales que se han quedado rancios, cartas de spam físico sin abrir, algodoncillos, conchitas de playas que no recuerdo, una cantidad ridícula de bolígrafos, estuches y neceseres que contienen gomas de pelo y cremas hidratantes, cajitas con cables que no sé para qué sirven, adaptadores, tests de ovulación de cuando quería quedarme embarazada, panfletos con ofertas, más cajas vacías. En resumen, un montón de cosas que llenan mi espacio de ruido y no me aportan nada.
Me tomo un café y me vuelvo a acordar de lo de la poda del jardín. Encuentro la manera de justificar que estoy haciendo una poda, solo que de otro tipo. Esa excusa me conecta con la idea de cortarme el pelo cortísimo otra vez. La descarto en seguida. Me planteo seriamente aprovechar este impulso de la poda y deshacerme de las redes sociales, que llevo años queriendo abandonar.
Sé que estoy pasando por algún tipo de Ecuador (¿crisis?) vital porque también me meto (durante horas) en mi Blogspot de la adolescencia a revisar los textos que publicaba entonces (y compararlos con los que publico ahora). Todo sigue más o menos igual, si lo piensas. Sigo haciendo lo mismo que hacía a los quince años. No hay mucha evolución. De hecho, después de leer este texto que voy a copiar y pegar aquí, me atrevería a reconocer que incluso ha habido cierta involución. Antes era más fresca, más joven, vivía con más ansiedad pero jugaba a mi favor, no en mi contra, como siento que me sucede ahora. En fin. Este es un pequeño texto que escribí en honor a mi año de nacimiento. Ahí va:
1993
Comprar una vida en la tienda de vidas requiere de más preparación que la Selectividad. Eso lo debería saber casi todo el mundo.
Nací el 4 de Mayo de 1993.
Solo tengo diecinueve años y llevo dos cotizando. Me tendría que haber preparado mejor antes de escoger este aspecto de la vida. Luego dicen que leer la letra pequeña no es importante.
Todo el mundo le tiene cariño al año en que nació. Lo encuentro un poco egocéntrico y no lo acabo de entender porque casi no estabas ni vivo.
Pero como no voy a llamar a mi hijo 1993, rindo homenaje a ese gran puto año con este pequeño borrador de ideas sobre la esencia que me ha quedado de él.
Audrey Hepburn murió en enero de 1993, cuatro meses antes del que hubiera sido su sexagésimo cuarto cumpleaños y mi nacimiento, ambos celebrados el 4 de mayo.
Si no me creéis, podéis buscarlo en Wikipedia.
Es posible que yo sea la mismísima Audrey reencarnada. Pero lo dudo mucho. También es verdad que nadie podrá descartar rotundamente esta posibilidad cósmica.
1993. Está entre 1992 y 1994.
Llegué a la mayoría de edad en el 2011. Fue un año de mierda. Me presenté a la Selectividad.
Mi nota final fue un 11,3 sobre 14. Para entrar en la Universidad que quería necesitaba un 11,5. Así se confirmó mi sospecha: una vida de fracasos por delante.
Saqué un 9 en Catalán y un 8,5 en Castellano. Eso me tuvo cabreada durante bastante tiempo. Se me pasó en cuanto recordé mi año de nacimiento.Es una cifra preciosa por sí sola.
Hola, 1993.
Te miro desde aquí. Eres muy guapo. Gracias por escogerme.
Nadie te recuerda. Yo sí.
Te estoy dedicando una publicación en mi blog.
Hasta me atrevería a decir que te quiero.
Me despido ya, porque no quiero abusar. Apenas pudimos conocernos.
Además de lo de la poda, tengo el tema del césped que se sigue mostrando muy débil y perezoso. También se nos ha roto el conector de la manguera con la que riego y debo repararlo lo antes posible. Regreso a los blogs de jardinería y busco fórmulas para revivir un césped desnutrido. Recomiendan alimentar todas las superficies afectadas con una mezcla de estiércol de vaca y arena. También sugieren usar una máquina que distribuye equitativamente el estiércol y la arena. Entro en la página web de Home Depot. Llego hasta las reseñas de una de las opciones que me ofrecen para lo que necesito. Una tal Lorraine dice que el artefacto le cambió la vida completamente. Vaya, pienso. “It marked a before and after in my life as a gardener.” Yo también quiero un antes y un después en mi vida como jardinera. Añado la máquina al carrito. Pero, en lugar de comprarlo y seguir con mi día, regreso a la reseña de Lorraine.
Consigo ver la huella que ha dejado en la página web de Home Depot. Descubro que su sierra mecánica de hace años se estropeó y no encuentra el mismo modelo. Que compró madera para construir una casita para su pastor alemán. Que se plantea probar un fertilizante nuevo para sus árboles frutales. Me gustaría contactarla para hacerle una consulta rápida sobre la poda que tantos dolores de cabeza me está dando, pero no hay manera de hacerlo. Tan cerca y tan lejos, Lorraine.
Justo entonces me salta una alarma con el título de ALE, A ESCRIBIR, EN SERIO, en mi Calendario. Sé que fui yo la que la programó la noche anterior. Pero algo superior me anima a pensar que es Lorraine la que me envía su consejo profesional, respaldado por décadas de experiencia en el maravilloso mundo de la jardinería.